
DRACULA ERA MUJER Y SE LLAMABA ISABEL

Hoy 7 de Agosto, se cumplen 460 años del nacimiento de Erzsébet Báthory de Ecsed (Nyírbátor, Hungría, 7 de agosto de 1560-Castillo de Čachtice, actual Trenčín, Eslovaquia, 21 de agosto de 1614) lo que me da pie para escribir un poco en torno a la figura y el mito del vampiro como lo conocemos en Europa Occidental, sobre todo alentado por la figura del Dracula de Bram Stoker, basado muy remotamente en la figura del Vlad Tepes "Draculea" el hijo de Dracul o del Dragón, real, fundador de la ciudad de Bucarest, príncipe de Valaquia y héroe nacional Rumano, que el pobre nada tiene que ver con el aristocrático personaje decimonónico que nos muestra el escritor irlandés en su novela.

El concepto de vampiro se basa en dos fundamentos: la creencia en la vida después de la muerte y el poder mágico de la sangre: las comunidades más primitivas ya conocían la trascendencia mística y biológica de ese fluido rojo. Era algo que se basaba en la simple observación: si alguien perdía mucha sangre, moría. La conclusión entonces era pensar que la sangre era la esencia de la vida... A partir de ahí sobreviene una conclusión inquietante a la par que perversa: si perdiendo sangre una persona se debilita y muere, la lógica dice que consumiendo este licor mágico lo mismo uno puede regenerarse, rejuvenecer o volver a la vida..... recordemos cómo las sangrías con fines curativos, basadas en el derramamiento de la supuesta mala sangre de los enfermos, se realizaron hasta el siglo XX o como las transfusiones de sangre se vienen practicando desde la antigüedad. La leyenda negra cuenta por ejemplo como el año 1492, en el lecho de muerte al papa Inocencio VIII, le suministraron la sangre de 3 niños romanos de 10 años que el santo Padre bebió en la creencia de poder curarse de sus enfermedades: claro está, los niños murieron y el Papa no mejoró, eso si las familias de los niños recibieron 1 ducado de oro en compensación. Durante las batallas, los guerreros se bebían la sangre caliente de los caídos, no solamente como un gesto de dominación y posesión sino por el convencimiento de que así el vencedor obtendría la fuerza y el coraje de la víctima. La sangre también actuaba como elemento fertilizante y se utilizaba para regar los cultivos. En toda la Europa medieval las doncellas fueron muy solicitadas; no tanto por sus favores sexuales sino por su sangre 'inocente'.
Y con la expansión del cristianismo, el simbolismo de la sangre aún se reforzó más. "Quien come de mi carne y bebe de mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día, ya que mi carne es verdadera comida, y mi sangre, verdadera bebida. Quien coma mi carne y beba mi sangre permanece en mí, y yo, en él", rezan los versículos 54, 55 y 56 del capítulo 6 del evangelio según San Juan. Además la eucaristía no era el único medio para reforzar la creencia en las propiedades místicas de la sangre. El culto a la Virgen María alentó a los charlatanes a recetar la sangre incorrupta de las vírgenes como antídoto para cada mal concebible.
Por un momento volvamos al pobre Vlad Tepes, (Sighișoara, Transilvania; 1428-Bucarest 1477) que sí, era un tirano bajo medieval, empalador, violento, mal encarado, golfo y pendenciero, pero nada distinto a muchos otros príncipes de su época, es más, comparado con algún otro más cercano que todos conocemos, una verdadera malva. Ni chupaba cuellos, ni bebía sangre, ni dormía en un ataúd, ni se vestía con un inmaculado frac negro.

Si el paradigma de la maldad sanguinaria tiene nombre deberemos volver al comienzo de este relato: tiene nombre y es una señora, Erzsébet Báthory de Ecsed
A mediados del siglo XI, cuando media Europa lanzaba ofensivas sobre Tierra Santa y en la Península Iberica el Califato de Córdoba se iba descomponiendo en diversos reinos de taifas, el clan de los Gutkeled llegaba a la gran llanura húngara desde Alemania. Su origen era tan antiguo que se pierde en la noche de los tiempos, aunque se especula que podrían provenir de los restos del Imperio romano.
De todas las familias nobles descendiente de este clan, la mayoría eran todo lo sanguinarias que se puede esperar de la nobleza centroeuropea de la Baja Edad Media, es decir, mucho. Pero hay una en concreto que traspasa todos los límites de lo que podríamos considerar una crueldad "habitual" o "pragmática" al configurar, generación tras generación, una historia familiar que entra dentro del campo de la leyenda, del horror inconmensurable. Se trata de la familia Báthory. Hay mucha fuerza en un nombre, si uno cree en él. La leyenda de la familia se remonta a su fundador, Vitus Báthory, que habría sido premiado con el ilustre apellido y las tierras que lo acompañaban tras derrotar y ejecutar al dragón que habitaba las marismas del condado de Heves, al norte del país. El escudo de armas de la familia, tan alucinante como la propia historia de la misma, evoca tal hazaña, constando de un dragón y tres dientes, correspondientes a las tres heridas de lanza que consiguieron tumbar a la mole.

Aún a día de hoy, el escudo es visible en algunos edificios, como en la portada de la iglesia de la Sagrada Trinidad en Košice (Eslovaquia) cuya construcción fue sufragada por Sofía Báthory.
A partir de ahí, la historia de la familia es una escalada de violencia y locura que ríete de los Borgia. István Báthory V, sin ir más lejos, era voivoda de Transilvania y ya disponía de fama de ser un magnífico y sanguinario guerrero cuando el rey Matías Corvino de Hungría lo puso a mediados del siglo XV a la cabeza de un ejército destinado a ayudar a Vlad III a reclamar el trono del principado de Valaquia, en Rumania. Vlad III. Sí, ese Vlad. Vlad el Empalador. Vlad III DRÁCULA. Cuando István y Vlad se conocieron, descubrieron que tenían muchísimos intereses en común (por lo que fuera) y se juraron amistad y alianza eternas.


Vlad moriría en batalla poco después. István, por su parte, continuó batallando contra los turcos de forma feroz, hasta el punto de que fue desposeído de su título de voivoda debido a la extrema crueldad que mostraba con los Szkeli, una etnia hungara que habitaba el norte de Transilvania. Se habla de rituales satánicos, accesos de locura e incesto entre hermanos. Incluso los hechos que sabemos ciertos están cubiertos por una cierta película de barbarie y violencia desenfrenada que solemos asociar a la ficción como por ejemplo sucede con András Báthory, cardenal de la iglesia católica que fue asesinado el 31 de octubre de 1599 en la cima de un glaciar de un hachazo en la testa tras ser incansablemente perseguido por un Szkeli, Gabor I Báthory, primo de Erzsebet, fue rey de Transilvania en 1608, haciéndose famoso por su licenciosa vida, sus desarreglos y su monumental orgullo. Cometió incesto con su hermana Anna, de la cual tuvo dos hijos que fallecieron antes de cumplir los 12 años.Su rival, Gábor Bethlen, le destronó con la ayuda de los Turcos. Murió salvajemente asesinado en Nagyváradel 27 de octubre de 1613, no se sabe si a merced de sus enemigos, o a manos de una turba descontrolada o la prima de Erzsebet, Klara Báthory, muy aficionada a practicar el sexo tanto con hombres como con mujeres, que asesinó presuntamente a cuatro maridos antes de que el último le cortase el cuello tras cazarla con un amante, no sin antes hacer que la violara toda una guarnición turca.
Erzsébet nació de dos Báthory de ramas diferentes y, según lo que se cuenta de ella, habría heredado todos los demonios que habían acompañado a sus ancestros. Se sabe que de pequeña sufría terribles dolores de cabeza y que tenía un temperamento espantoso, propicio a los cambios de humor, aunque por lo demás era bastante inteligente. A los catorce años la casaron con Ferenc Nadasdy, cinco años mayor y perteneciente a una de las familias nobles más distinguidas de Hungría. No tan distinguida, no obstante, como la de su señora, por lo que Ferenc tomó el apellido Báthory tras las nupcias. Ferenc era el típico noble centroeuropeo de gustos sencillos: le gustaba guerrear, masacrar y los largos paseos a caballo por la estepa. Parte de la rumorología que rodea a Erzsébet asegura que esta tuvo un affair con un sirviente antes de casarse con Ferenc y que este romance resultó en un hijo, el bebé habría desaparecido poco después de su nacimiento sin dejar rastro y Ferenc, ni corto ni perezoso, castró al padre de la criatura para acto seguido echárselo a sus perros.

El caso es que Erzsébet se casó y se mudó al castillo de Čachtice, situado los Pequeños Cárpatos (Eslovaquia), junto a su suegra, Orsolya Nádasdy, que por supuesto también era de traca. Ferenc estaba todo el día de picos pardos guerreando contra los turcos (tardaron una década en tener hijos porque Ferenc no paraba por casa ni a cambiar de muda) y Erzsébet se aburría como una mona. Al menos, eso sí, podía entretenerse con pasatiempos inocuos como pinchar con alfileres a sus sirvientas y mordiéndolas salvajemente para aliviar sus jaquecas (según ella, mano de santo). Por lo visto también gustaba de castigarlas sacándolas al jardín y untándolas de miel en verano para dejarlas a merced de los insectos y bañándolas en agua helada en invierno.

Ferenc conocía las particularidades de su señora, si bien le parecía bien hacer la vista gorda mientras ella cuidara de su castillo y sus tierras en su ausencia, aunque no parece muy extraño considerar que una persona que arroja a los perros a un rival amoroso considere tales actos como simples "pequeñas extravagancias". Ya en vida de Ferenc, una vez fallecida la suegra de Erzsébet y libre esta de cualquier cortapisa, empezaron a desaparecer las chicas del castillo a las que la condesa sometía a mil perrerías con la ayuda de sus fieles sirvientes Jó Ilona, Dorkó y Ficzkó.
Para colmo de males, al morir su marido, murió el último ser al que Erzsébet tenía que rendirle cuentas, así que invitó a vivir en el castillo a Darvulia, una bruja que habitaba los bosque y que llevó consigo a Čachtice sus conocimientos de magia negra y rituales satánicos además de docenas de gatos negros. Para entonces, Erzsébet estaba completamente descontrolada, yendo las torturas y los asesinatos en escalada imparable tanto en cantidad como en depravación.
...lo que era, quizá, más impactante eran la acusaciones de cómo habían sido torturadas y asesinadas estas chicas: frotadas con ortigas y obligadas a rodar en ellas, alfileres introducidos en sus labios y bajo sus uñas; agujas insertadas en sus hombros y sus brazos; inmovilizadas con cadenas y golpeadas en el pecho; marcadas con hierros al rojo en las manos, los brazos y el abdomen; pedazos de carne arrancados de la espalda con pinzas; narices, labios, lenguas y dedos atravesados con agujas; bocas cosidas; trozos de carne cortados de las nalgas y los hombros, cocinados y luego servidos a ellas mismas; partes íntimas quemadas con velas, cuchillos clavados en los brazos, las manos y las piernas; manos aplastadas y mutiladas; dedos cortados con tijeras; atizadores al rojo introducidos por la vagina; cuerpos golpeados hasta la muerte con garrotes; latigazos hasta que la carne se desprendía del hueso; chicas obligadas a sumergirse en los ríos helados en pleno invierno.
Se habla también de todos los artilugios que Erzsébet mandó construir para torturar a sus víctimas, incluida una jaula esférica con las paredes llenas de pinchos que se elevaba gracias a un sistema de poleas, balanceándose en el aire con la víctima dentro. Un prodigio de la ingeniería. Además del placer sádico que sacaría de estos actos, en teoría la condesa utilizaba la sangre de estas pobres muchachas para sus rituales de belleza particulares, estando Erzsébet dominada por un miedo terrorífico a envejecer y dejar de ser bella.
Estaba convencida, por tanto, de que un baño en sangre de doncella era el mejor de los peelings y un tratamiento antiarrugas imbatible. Vamos que estaba como una chota la Condesa.
Tras años de realizar estas prácticas, lo que finalmente llamó la atención de otros nobles respecto a la situación que se vivía en el castillo de Čachtice no fue la desaparición de las cientos de campesinas, que no le importaban a nadie, sino que al ir agotándose las existencias de chicas de baja cuna, la condesa comenzó a invitar al castillo a jovencitas nobles con la excusa de hacer compañía a una pobre viuda. Como estas aspirantes a grandes señoras también morían de las más extrañas y repentinas afecciones, se mandó desde Viena una comisión para que se presentase por sorpresa en el castillo e investigase lo que ocurría ahí. Lo que se encontraron fue, básicamente, un escenario de pesadilla: decenas de adolescentes encerradas en los sótanos a medio mutilar, pucheros llenos de sangre seca, instrumentos de tortura, suelos cubiertos de ceniza para absorber la sangre y todo rodeado de un fuerte olor a cadáver.

Llegaron a la sala de tortura, las paredes estaban salpicadas de sangre, también estaba allí la doncella de hierro, jaulas e instrumentos junto a fuegos apagados. Encontraron sangre seca en el fondo de grandes pucheros, vieron las celdas donde se encarcelaba a las chicas, unas habitaciones de piedra bajas y estrechas. Un profundo agujero por donde se hacía desaparecer a la gente, había dos bifurcaciones, una iba a parar a la aldea, a los sótanos del castillo pequeño, la otra llegaba a las colinas por la zona de Visnové, una escalera conducía a las salas superiores. Y por fin se encontraron a una muchacha, estaba muerta, llena de heridas, la carne destrozada, el pecho acuchillado, el cabello arrancado a puñados, en algunas zonas de los muslos y los brazos no quedaba carne y se veía el hueso. "Ni su propia madre la había reconocido" dijo un testigo, era Doricza.
Thurzó no podía creer todo aquello, siguió adelante y encontró otras dos muchachas, una agonizaba, la otra solo intentaba esconderse, aterrorizada. Estaban desnudas, pero cubiertas de sangre seca y coagulada hasta tal punto que estaban las dos completamente negras.
Al fondo de los sótanos, en una celda sin aire, descubrieron a un grupo de chicas, las que Erzsébet llamada "en conserva", asustadas, de las reservadas para la siguiente sesión. Le dijeron a Ponikenus que primero las habían dejado morirse de hambre y luego les habían hecho comer carne asada de sus propias compañeras muertas, también habían visto como cada vez que algunas chillaban demasiado, les cosían la boca, después arrancaban los hilos, y así repetían el proceso varias veces hasta desfigurarlas por completo.
Mencionaron además, una puerta secreta que subía a una pequeña habitación adonde las llamaban de dos en dos o de tres en tres. Dejando los guardias en los corredores, subieron el capellán y el palatino por la escalera, allí habían mordido los gatos en una pierna a Ponikenus. Pero Erzsébet no estaba en el castillo, cuando terminó de asesinar a aquella chica y despertó de su trance, mandó que la llevaran abajo, al castillo pequeño.
Allí la encontraron, orgullosa, sin negar nada, diciendo que todo aquello podía hacerlo una mujer de su rango.

Erzsébet fue juzgada por la desaparición y muerte de la de las hijas de los gentileshombres húngaros y si bien sus colaboradores fueron ejecutados, ella era mujer noble, por lo que su destino debía ser otro. Y así fue como Erzsébet Báthory fue emparedada en sus aposentos, sin más contacto con el mundo exterior que una minúscula abertura por la que le pasaban todos los días los alimentos y por la que un sacerdote le leía en latín. Duró cuatro años hasta que, finalmente, el 21 de agosto de 1614 la condesa murió rodeada de oscuridad, frío y sus propias heces. A dia de hoy sigue estando en el libro de los records con más de 650 asesinatos confesados, como la asesina en serie más exitosa de la historia