Cuando el destino y el poder en el mundo cambia de manos
30 de abril de 1945, una nublada y fresca mañana, amanece sobre las ruinas de la ciudad de Nuremberg , hasta ayer defendida por una división de las SS de 20.000 hombres que se han enfrentado de manera encarnizada contra el 7º ejército americano comandado por el General Patton.
Un comando de de la división Thunderbird bajo las órdenes del teniente Walter H. Horn llega a gran velocidad hasta los aledaños de la Paniers Platz, dos jeeps y dos camiones Studebaker US6, uno con tropas y otro con material.
Eficientemente encuentran la entrada al bunker antiaéreo de la plaza y comienzan a descender hasta la cota de 150 metros de profundidad donde se encuentran con una pared de hormigón que les flanquea el acceso al interior; los dinamiteros del comando preparan las cargas explosivas con intención de volar la pared; y salen todos del refugio antes de que el teniente Horn de la orden para volar el obstáculo que les impide llegar hasta el objetivo de la misión.
Un estruendo sordo se escucha en la plaza y una bocanada de polvo y aire caliente sale de la entrada al acceso del bunker; los americanos se sacuden el polvo levemente y la tensa espera se rompe cuando el Teniente ordena al comando acceder de nuevo al bunker.
Unos zapadores avanzan entre escombros retirando los cascotes que quedan de la explosión, lo suficientemente grande para destrozar la `pared de hormigón que protegía el acceso a la cámara de seguridad; ante los soldados, cuando acaba de posarse el polvo fruto de la explosión, aparece una serie de estanterías llenas de cajas de plomo, cajas soldadas completamente por todos sus costados; el Teniente Horn echa un vistazo rápido mientras un soldado manipula un soldador; ante la vista de Horn varias docenas de cajas de diverso tamaño, escruta las baldas con la vista, hasta posar la mirada sobre una en concreto; la caja es pequeña, no tiene más de 50 cms de largo y 15 cm de ancho y alto, es la más pequeña; Horn señala con la mano la caja y el soldado que manipulaba el soldador se hace con ella y con extremada delicadeza procede a colocarla sobre una mesa de mármol y procede a abrir la caja aplicando la llama sobre las costuras de la soldadura que cierran la caja de plomo, la caja va abriéndose poco a poco como una lata de conservas por todo su perímetro; cuando acaba su labor, retira la tapa y ante los ojos del teniente Horn aparece una caja de madera adaptada como un guante a su funda de plomo; Horn saca la caja de madera y procede a abrirla ante los expectantes ojos de los presentes; con sumo cuidado levanta la tapa y entre el acolchado forro de terciopelo purpura aparece, raida por el tiempo, la lanza del destino, la Lanza Sagrada que según la tradición atravesó el costado derecho de Cristo; Horn recordó entonces la leyenda de la lanza: Quien mantenga en su poder la lanza tendrá en sus manos el poder y el destino del mundo; quien pierda la lanza perderá el poder y perecerá.

A esa misma hora en Alamogordo, una remota zona del desierto de Nuevo Mexico entre los pueblos de Carrizozo y San Antonio un dispositivo explotó con una energía equivalente a 19 kilotones, equivalentes a 19 000 toneladas de TNT, dejando un cráter de 3 metros de profundidad y un radio de 300 metros, convirtiendo la arena del desierto en una capa de vidrio verdoso y llevando la onda de choque hasta 160 kilometros de distancia; el estampido de la explosión tarda 40 segundos en llegar hasta donde se encontraban los observadores del proyecto Manhatann a 20 kilometros de distancia. Es el ensayo definitivo de la bomba atómica.


En Berlín el ajetreo en el bunker de la Cancilleria es frenético, gente yendo y viniendo, huyendo como ratas del barco que está hundiéndose. Es en ese mismo momento en que Horn levanta con sus manos la Lanza Sagrada en Nuremberg cuando Hitler se suicida pegándose un tiro en la cabeza.
LA LANZA DE LONGINOS
La lanza Sagrada, o lanza del destino, es el objeto con el que se apuñaló el costado de Cristo en la cruz. Existe la leyenda de que esta lanza ha estado bajo el poder de varias personas a lo largo de la historia, y que hizo invencible a sus portadores. Entre las personalidades más arraigadas a este mito está Hitler, quien sentía una enorme fascinación por esta pieza.
Al momento de la crucifixión de Cristo, la tradición romana implicaba que se le había de romper las piernas a la persona para así acelerar el proceso de su muerte. Cuando los guardias se dirigían a proceder con esto, notaron que el «Rey de los judíos» ya estaba muerto, por lo que un soldado llamado Cayo Casio Longino lo apuñaló en un costado con su lanza para cerciorarse de su muerte
Según el mito, el centurión romano sufría de mala visión, y despues de haber atravesado el cuerpo de Cristo, este arrojó sobre sus ojos un poco de sangre y agua, que sanó su vista. A su vez, Longino abandonó la lanza en el lugar.
Sin duda alguna, Hitler ha sido el poseedor más importante de este objeto, pero antes de que llegara a sus manos hubo otros portadores de la lanza.
El primer gran dueño de la reliquia fue el emperador Constantino, quien se hizo con ella despues de haber obtenido varios objetos de Jesucristo. El emperador logró una victoria en la Batalla del Puente Milvio tras hacerse con la lanza; aunque posteriormente se le pierde el rastro, para dar pie al mito de que existen cuatro piezas, aunque la más importante es la lanza de Viena, puesto que es la que posee mejor documentación.
Según la leyenda, el objeto llegó a manos de Carlomagno, luego a Enrique I y por último a Federico Barbarroja. Se cuenta que los tres tienen algo en común, y es que mientras tuvieron la lanza, fueron invencibles; sin embargo, mueren justo al momento de perderla. Adolf Hitler conoció la historia de «la lanza del destino» luego de la Gran Guerra. Walter Stein fue quien le narró la leyenda a Hitler; así, desarrolló una fascinación y obsesión por los objetos místicos que representaran algún vestigio de poder simbólico.
En 1938, la fuerzas nazis invaden Viena. Hitler encarga de manera expresa que la lanza y otros objetos de valor sean traslados hacia Berlín. A partir de acá, Alemania empieza su dominio por toda Europa y sin ninguna fuerza aparente que les hiciera frente.
Despues de haber terminado la Segunda Guerra Mundial, la lanza partió hacia Estados Unidos y en enero de 1946 fue entregada a Austria. Hoy día se puede apreciar la «lanza del destino» en el Palacio Imperial de Hofburg, Viena.